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sábado, 15 de septiembre de 2007

AMNESIA POR COMPASIÓN

AMNESIA POR COMPASIÓN


Me apetece dejar de pensar. Y, sin embargo pienso. No puedo dejar de pensar, es una enfermedad. Pero no existe un remedio resolutivo, como una aspirina. Porque el dolor crónico y la soledad que arrastra hace que se piense sin parar y ni los antidepresivos ni nada lo pueden detener.

La amnesia, controlada, podría ser una terapia excelente. O los efectos de un fármaco, el propranolol, con el que se logra ‘olvidar’ los recuerdos traumáticos –se utiliza, al parecer, originariamente para la hipertensión y la angina de pecho. Eso dice un grupo de científicos que lo han comprobado, después de que otro lo advirtiese primero. Cuando se refieren a recuerdos traumáticos se mencionan accidentes, violaciones, muertes repentinas de familiares…

Se debe suministrar poco después del hecho y, en sí no elimina el recuerdo, sino la carga emocional que conlleva, la cual es la que produce los pensamientos negativos o temores. El recuerdo traumático se consolida por la producción de hormonas como la cortisona o la adrenalina. Si se rompe o reduce ese proceso bioquímico, se reduce el impacto sobre el cerebro.

Somos bioquímica y electricidad, nuestra vida una ilusión de impulsos entre neuronas, por ello, jamás sabremos dónde termina la realidad y empieza lo imaginado.

Podría servir también el propranolol para no sufrir ante una ruptura amorosa, para no tener mala conciencia, para lo bueno y lo malo, pues también podría ser suministrado a los soldados en periodos de guerra –sin o con su conocimiento poco importa- o tomado por psicópatas tras un asesinato o violación sin sufrir remordimientos o administrarlo a la víctima.

Me ha llevado todo esto a pensar que otros compuestos utilizados para el tratamiento de la hipertensión podrían tener efectos similares aunque en menor medida. Si se toma ramipril –un compuesto bastante utilizado para ello- se pueden producir, según he investigado, los siguientes efectos secundarios:

(…) mareos (a veces acompañados de dificultades para concentrarse), disminución de la capacidad de reacción, fatiga, debilidad e inestabilidad. Si la reducción de la presión arterial es excesiva, pueden aparecer taquicardia, palpitaciones, trastornos de la adaptación al ortostatismo, arritmias cardíacas, náuseas, sudoración, acúfenos, trastornos auditivos, trastornos visuales, cefalea, ansiedad, entorpecimiento y somnolencia, pudiendo ocurrir pérdida del conocimiento. Trastornos del equilibrio, cefalea, nerviosismo, inquietud, temblor, trastornos del sueño, confusión, pérdida del apetito, depresión, ansiedad, parestesias, alteración del sentido del gusto, reducción e incluso pérdida del mismo, calambres musculares, impotencia y reducción de la libido. También pueden aparecer vasculitis, mialgia, artralgia, fiebre y eosinofilia.

Como el amor, el cariño, los sentimientos de cualquier naturaleza son consecuencia de un proceso bioquímico, cualquier alteración producida por uno de los efectos secundarios de los aquí señalados –en especial los amnésicos- sería capaz de variar la percepción de las cosas. No sólo eso sino que, si también se ha tomado o toma otras medicaciones para la ansiedad, la depresión –éstos también suelen ir acompañados de efectos amnésicos-, un poco para el colesterol, no se duerme bien por las noches…, y si lo sumamos al estado de cada uno, a los problemas externos, a las alteraciones hormonales en las mujeres por menstruación o por su ausencia, a la inestabilidad emocional y falta de madurez de los hombres, a los efectos de la medicación y el dolor sobre el carácter y el prójimo, se podrían explicar las reacciones previstas e imprevistas de desamor, los olvidos y desinterés por las cosas y la falta absoluta de piedad o remordimiento al causar daño, la frialdad e insensibilidad de este mundo.

Sólo hago que buscarle explicaciones a la vida, a intentar comprender y abarcar qué parte de los hechos que me acontecen son debidos a mí –o a las personas- y cuáles a factores externos de la propia naturaleza, en tanto me resisto a considerar la existencia determinante del azar. Analizo qué sucedió o pensé y sentí cuando fui yo el que hice daño deliberadamente o el que concluyó una relación o por qué omití a alguien y tampoco doy con la clave de cuándo se rompe esa ligazón entre las personas, donde y en que momento se cruza una línea. Puede que sea un proceso acumulativo de circunstancias interpretadas de una manera negativa, pero tiene que existir un punto sin retorno –incluso interesa saber si con el tiempo puede ser reversible-, un día y una minuto y segundos concretos donde se invierta o modifique la transmisión de impulsos y produzca alteraciones en la producción o captación de los efectos de recompensa o placer del cerebro.

También barajo la teoría de que algunos antidepresivos y ansiolíticos parecer ser que lo que justamente provocan es la reducción del peso de los instintos –la intuición, el deseo, la ira, el miedo- y potencie, por consiguiente, la parte intelectual, la de la fría razón, siendo tan malos la disminución como el exceso. Los expertos no conocen por qué se dan determinadas reacciones –aunque sí que se dan, por pura observación experimental- ni las dosis concretas que precisa cada persona –por ejemplo, en la captación de serotonina o corticoides u opiáceos. Así, es posible que se haya producido esa descompensación en la mayoría de los occidentales adultos, debida principalmente a los antidepresivos, en combinación con el resto de compuestos químicos –también dicen que las personas depresivas lo son por una predisposición genética.

Si diera con la fórmula sería millonario. Empero, ¿cómo se logra, por ejemplo, recomponer el estado anterior de amor o cariño o necesidad del otro, de satisfacción cerebral? Cualquiera se atreve a intentar convencer a otro de lo contrario cuando ya ha decidido algo –eso dicen los psicólogos y los gurús del marketing. Lo que me lleva a pensar que todo estaría abocado al fracaso.

¿Será que la locura –toda aquella que no sea genética- viene de no aceptar que la vida no es explicable en casi nada? Si me diera igual todo –regresamos, por tanto, al inicio de la reflexión-, si se pudiera regular la carga emocional de los recuerdos y pensamientos, no existiría tampoco la locura –o sí, si buscara otros orígenes.

¿Pensar más allá de lo razonable y no poder desconectar ni con cócteles de fármacos ni durante el sueño, buscando un indicio, una pista, un camino nuevo, una nueva fórmula o estrategia para conseguir sobreponerse y vencer a la realidad, se denominaría locura? Yo diría que se debe a un trauma y el dolor y el desamor lo son, por lo que se debería empezar a plantear que el propranolol no se utilice exclusivamente para casos más visibles o para mantener la efectividad asesina de la tropa.

Es decir, yo, por ejemplo, necesito urgentemente y para toda la vida propranolol. Pero moderadamente, que no quiero acabar siendo un psicópata o un aguerrido militar o un vegetal sin escrúpulos. El dolor se puede medio borrar mediante la medicación pero no del cerebro, de lo que ha arrastrado y se ha llevado y no regresa, y ahí el amor desmembrado lo ocupa todo. Duele el alma tanto como el cuerpo. Y ese es el trauma: la percepción psíquica, la carga emocional del recuerdo no desaparece y la vida sigue caminando hacia el sinsentido.

Necesito propranolol para recordar sin dolor, para volver a vivir. O a intentarlo. Propranolol… o que algunas cosas volvieran a ser como antes.


Vease el artículo: Los recuerdos traumáticos pueden olvidarse con medicamentos.





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